Una
de dos: o el terrorista procede de nuestro agro, donde varias veces
-pero en años y años, poca cosa- se me han encarado muy alterados
individuos sin pasar a mayores; o se trata de un prosionista
enloquecido -o sea, como los de verdad- que se sienta agredido por
mis textos contra el Estado de Israel y sus crímenes sin cuento,
aunque esto lo sabe ya casi todo el mundo.
El desconocido que prendiera fuego a la puerta de mi casa de Águilas la noche del 16 de junio, utilizó gasolina y lo hizo al poco de dormirme yo, profundamente, al cabo de una jornada
especialmente intensa en kilómetros y emociones: hubo, pues,
nocturnidad y alevosía. También hubo “avance”, siguiendo la
pista
agraria,
respecto al susto dado al representante de Ecologistas en Acción en
Cieza, José Antonio Herrera, hace tres años, cuando encontró el
portal de su casa rociado con gasoil y con un mechero de advertencia;
el/los terrorista/as han pasado de la potencia y la advertencia al
acto y la agresión, de aficionados a profesionales, de canallas a
delincuentes, con un salto cualitativo la mar de fácil y en un
ambiente, el murciano, de envalentonamiento de todo tipo de ultras y
descerebrados.
Portal y fachada de la casa de Pedro Costa en Águilas, tras el incendio provocado.
Y
si optamos por la pista
sionista,
la conjetura lleva, incluso, a sospechar que alguno de los asistentes
aquella noche a la presentación (número 44 de la serie) de mi libro
Israel:
del mito al crimen,
en Molina de Segura, aguardara a su final para seguir a un servidor
hasta Águilas, apostarse hasta que las luces se apagaran en mi casa
y proceder (los hechos dejan una mera hora entre mi apagón y el
fuego) como pirómano más o menos aficionado. En cualquier caso,
estoy seguro de que Israel y sus compinches han de enfrentarse a
enemigos de mucha mayor calidad y poder que este cronista, por lo que
no se explicaría muy bien su implicación.
Alguien
avisó a la Policía Local, y dos de sus agentes acudieron y
sofocaron a tiempo el fuego; luego me despertaron y tras verme que no
profería palabra alguna, de puro pasmo, entre la oscuridad y el humo
(sí acerté, menos mal, a darles las gracias), se marcharon no sin
antes recomendarme que denunciara al día siguiente los hechos en el
cuartel de la Guardia Civil. Cosa que hice, encontrándome con la
(indignante) respuesta de que para presentar la denuncia debía pedir
cita telemática; cosa que hice, a ver, dándome el ordenador la
fecha para el 24, ocho días después del atentado. Mi segunda visita
al cuartel no excluyó mi vigoroso requerimiento al agente de
puertas, que no parecía muy interesado en cumplir con su obligación
y atender al administrado, ya mosca por los ocho días y por el
escaso ambiente que percibía; así que me atendió un joven agente
que, aportando al asunto una redacción correcta que mereció mi
agradecida aprobación, me deseó buena suerte. Me volvieron a dar
otros seis días para que llamara y me pudiera atender la “persona
indicada”, a la que yo quería preguntar si el expediente estaba
bien compuesto con las fotos que envié y el informe de la Policía
Local; cosa que hice, atendiéndome el mismo agente que me había
tomado la declaración y la denuncia, y que igual de atento esta vez
me anunció que, como no se conocía al autor de los daños, el
asunto se archivaría. Asombrado de la rotundidad de tamaña lógica
le recordé al agente que no era cuestión de daños sino de un
atentado, lo que pareció sorprenderle un tanto, asegurándome que
cuando se sepa algo se añadirá al expediente.
Sin
pretender con ello pedir una atención excesiva sobre este problema
mío, que es verdad que no es de los más graves a los que se
enfrenta la Guardia Civil (pero tampoco el menor, oigan), he
considerado oportuno informar de estos hechos tanto a la Fiscalía
del TSJ murciano como a la Delegación del Gobierno.
En
otro orden de cosas, y sin pretender con ello que la Región entera
haya de conocer mis cuitas, me ha resultado algo desolador que solo
personas y entidades próximas por amistad o afinidad
político-ecológica me hayan enviado su afecto y solidaridad. Así,
he tenido que constatar el exquisito silencio con que han “atendido”
al incidente los dos periódicos tradicionales de la región (por no
decir tradicionalistas), La
Verdad y
La Opinión,
sin duda informados de los hechos, teniendo en cuenta la cantidad de
cosillas, tantas veces chuscas, con que llenan sus páginas los
corresponsales de los pueblos; el que estos dos medios me hubieran
“liquidado” como colaborador, por evidente incompatibilidad, en
años pasados no debiera haber sido óbice para reseñar el fuego y
el humo ya que, bien mirado, tienen su importancia atendiendo a la
materia y al destinatario (digo yo, oigan), en una tierra en la que
la violencia -sobre todo la de cuño agrario- no cesa y amenaza con
aumentar, dada la elevación del clima ultra imperante y la escasa
eficacia policial y judicial en la persecución del crimen de firma agraria.
En
mi pueblo, ni la alcaldesa ni el concejal de Seguridad se me han
dirigido para, oigan, interesarse o apoyarme, y han aplicado el
protocolo correspondiente, de índole miserable, a quien pisa tantos
callos de gente que ni entiende el medio ambiente ni la cultura,
resultando así este relator un hijo predilecto, desde luego, pero
jodón y algo maldito... Y hasta el grupo AMACOPE, de defensa del
medio ambiente aguileño, que mi menda contribuyó a crear, ha hecho
mutis sobre el asunto y su víctima (anoto que uno de sus miembros principales sí me expresó su respaldo), confirmando que su
preocupación por la fauna y la flora (que admiro y estimulo) no
incluyen a esa especie bípeda, implume y erecta llamada Homo
sapiens:
por eso se confirma como grupo conservacionista, no ecologista,
siendo así que se sale de mi tradición.
Mentiría
si dijera que no me preocupa lo que me ha pasado, por nuevo e
incisivo, en mi pequeña historia de agitador de conciencias y
defensor de la Madre Tierra (que es lo que yo me creo, sin estar
seguro del todo). Aunque también es verdad que no me ha quitado el
sueño y creo recordar que -quizás por el impacto mental que sufrí-
volví aquella noche a dormirme a pierna suelta tras resolver los
atentos agentes locales el fuego traicionero.
Pero
sí me tomo muy en serio -como la mayoría de la gente hará- que
bandidos y descerebrados campen a sus anchas agrediendo o
intimidando, sabiendo como sé que tampoco esto lo van a resolver los
agentes del orden, ya que toda violencia en el grado que sea es
producto de una sociedad desequilibrada y enferma, que en nuestro
caso genera demasiada infamia, y esto las fuerzas positivas,
creativas y estimulantes, no logran conjurarlo.