jueves, 27 de marzo de 2025

Contra las plantas de biogás: advertencia al vecinismo ingenuo

 

 Por Pedro Costa Morata   
      Ingeniero, periodista y politólogo. Ha sido profesor de la Universidad Politécnica de Madrid. Premio Nacional de Medio Ambiente.


He de reconocer la redacción elegante, moderada y ajustada del comunicado de la Coordinadora de Plataformas Stop Biogás de la Región de Murcia, así como el esfuerzo de sus representantes, cumplido en tiempo récord, por juntarse y ponerse de acuerdo sobre ese texto Y como supongo también la sintonía sobre el método, al menos general, del combate al que se lanzan, me apremia el deber de hacer algún comentario al respecto, que me brota de la experiencia y que quiero orientar para el mejor y más redondo éxito de la campaña.




En primer lugar, me he preguntado si la calificación de las plataformas como “apartidistas” pretende algo más que negarle la dirección de su actividad a los partidos políticos y sus líderes, lo que aparte de ser prudente, es la costumbre. Porque si apartidistas quiere decir apolíticas, que espero que no, me vería obligado a dudar de la idea que tengan de la política sus redactores.

A estas alturas me parecería banal decir que las plataformas vecinales están en primera línea de la política, tanto por el carácter de sus luchas como por sus objetivos (si estos son “completos y acertados”, claro), pero el repetido interés “apartidista” que veo en comunicados o manifiestos de parecida índole me alarman porque lo que muestran es en realidad una extraña, además de inoportuna, ignorancia hacia lo que es -y debe ser- la política. Este asunto, el de las plantas de biogás, exige una intensa politización de fines y métodos, y quien quiera ignorarlo -o boicotear las medidas y actitudes profundamente políticas que exige- están contraviniendo lo mejor de la tradición reivindicativa del movimiento vecinal (y también, por supuesto, del ecologista), poniendo en serio riesgo los resultados de la ofensiva.




Muestro, pues, mi preocupación de que, en una región de voto mayoritario conservador, esta “advertencia” apartidista/apolítica resulte un éxito de líderes derechistas, o al menos de vecinos que se alinean con el bloque PP-Vox. Porque es verdad que las ideas quiebran -si bien temporalmente- cuando se siente una amenaza directa que hay que conjurar enfrentándose a unos dirigentes políticos de la misma cuerda ideológica, pero la protesta, la reivindicación y la crítica fundamental al poder y sus decisiones, o alianzas, con proyectos detestables es de izquierdas y solo de izquierdas (por supuesto que hay muchos ciudadanos que, pese a ser de izquierdas de corazón y estómago, lo ignoran en su pensamiento y mente, y que al reconocer esto en muchos casos experimentan una -absurda- repulsa hacia su educación, su familia y su propia historia personal). Que las luchas vecinales siempre han sido escuela y expresión de política de calidad, o sea, de la intervención ciudadana, directa y expresa, en la cosa pública, imponiéndose legítima e incuestionablemente al poder instalado.

Llamo la atención, en segundo lugar, sobre la inclusión entre los fines de estas plataformas de “promover alternativas sostenibles” y “colaborar con las administraciones”, como indudables muestras de ingenuidad e inexperiencia que pueden llevar -si se tomaran en serio- a la más limpia ineficacia. Lo de “proponer alternativas” es el típico reflejo naif de estas plataformas que esperan, con ese rasgo de “buena voluntad”, obtener respuestas favorables desde el poder político y las administraciones, lo que carece de fundamento. Y por lo que respecta a “colaborar con las administraciones públicas”, esto es ignorar que es muy raro que tales administraciones vayan a pedir colaboración a los vecinos para nada, tan sobrados se sienten, políticos y funcionarios, de sus derechos y capacidades; como no sea, claro, con la perversa intención de hacer partícipes a los ciudadanos de alguna tropelía hacia la que se dirigen y a la que no quieren renunciar, buscando extender una responsabilidad que solo a ellas correspondería. Estas son actitudes que quieren eludir la radicalidad, creyendo que esto favorece los objetivos de una lucha que no debe ocultar su dureza.


Manifestantes de Stop Biogás Mar Menor contra la planta de biogás en El Mirador (San Javier) el pasado 29 de diciembre.

Continúo con esta revisión redaccional de la comunicación de las Plataformas -que nadie debiera tomar como hostil, sino como aportación en pos de la eficacia- poniendo de manifiesto lo que considero como tres errores adicionales. El primero es oponerse a estas plantas “hasta que no se desarrolle una adecuada normativa”, porque eso es mucho confiar en que una normativa futura vaya a ser favorable y pueda convertir en innecesaria la movilización; es, también, renunciar a los principios profundos de esta guerra, que no puede anular la legislación. El segundo es que se anuncia esa oposición a las plantas “que puedan perjudicar la salud, el futuro y el desarrollo de las localidades” afectadas, mostrando un punto flaco evidente, y sobre todo peligroso: cuando la Declaración de Impacto Ambiental diga de alguna de estas plantas que no influye negativamente ni perjudica a la salud, el futuro o el desarrollo, ¿van a “desarmarse” estos vecinos en lucha y sentirse tranquilizados por esa decisión administrativa? Y el tercero es lo de “oponerse a la construcción de megaplantas” de biogás y biometano, que deja en el aire la definición del umbral entre planta y megaplanta, o entre esta y “miniplanta”, resultando esta precisión más peligrosa que absurda.


Distribución inicial de los proyectos y plantas de biogás en la Región de Murcia. (Sin actualizar. No figura la de Mula, p.ej.).


Con respecto a esta cuestión del tamaño habría que subrayar que, si se consideran aceptables las “miniplantas”, estas deberán recaer cobre las propias granjas porcinas -principal fuente de materia prima para la obtención de gas- ya que estas instalaciones deberían ser limpias y presentar un balance ambiental de impacto cero. Esto implica además el importante resultado de que el negocio del porcino se encarecerá notablemente, lo que frenará el “impulso natural” de los empresarios codiciosos, estos que viven su agosto desde hace años, al tiempo que hacen de su capa un sayo.

Lo que nos lleva -y supongo que es lo que subyace en el origen y la discusión de estas plataformas- a la crítica a fondo del modelo agrario, que es de lo que se trata si es que de verdad se quiere, en serio, encarar el problema. Porque el sarampión de plantas de biogás en la región persigue convertir en negocio atractivo para la industria lo que es un coste directo de producción ganadera intensiva, que debe ser resuelto y absorbido en cada unidad productora de purines (o de otros residuos aptos para la digestión anaerobia). Es un nuevo negocio, típico de este tiempo de ladina conversión en actividad crematística del acelerado problema ambiental del planeta, y aparece como consecuencia directa de la proliferación, sin medida, orden o control, de las granjas porcinas. Sin el necesario ejercicio, serio y profundo, de crítica radical a este modelo agrario que envilece la región entera, las movilizaciones no dejarán de ser algaradas de vecinos tocados en sus intereses personales o familiares lo que, siendo legítimo, resulta pobre y excluye la pedagogía y el avance en la cultura ciudadana y la sensibilidad ecológica, que es misión necesaria e irrenunciable de este movimiento.


Esquema del funcionamiento de una planta de biogás.

Y de este enfoque, el correcto, hostil a la multiplicación de focos de marranería y molestias, llegamos a la muy importante cuestión, que el comunicado al que me vengo refiriendo plantea, que viene de la alusión textual, como objeto de oposición, a las “plantas cercanas a las poblaciones”. Lo que parece ignorar que, a la hora de la verdad, el problema al que hay que atacar es ambiental, lo que siempre significa “global”, y que afecta tanto a las personas y poblaciones como a la naturaleza en sí y en su omnipresencia. Restringir el interés y la restricción a la proximidad a los humanos es un gesto antropocéntrico, equivocado y hasta demodé. No: la actitud correcta, social, política y ética, es oponerse a todas las plantas allá donde se proyecten, sea el medio urbano, sea el rural.

Y como señalamiento final, que quede claro que en esta guerra, como en tantas otras de rechazo a industrias nocivas surgidas por sorpresa y sin justificación de fondo, el objetivo básico y prioritario a atacar son los alcaldes respectivos, como responsables directos e inexcusables del bienestar de sus conciudadanos. Se comprueba una y otra vez que los alcaldes, ante un problema como el que nos ocupa, responden de forma extraordinariamente uniforme: primero, se muestran encantados con el proyecto, que suelen hacer suyo para apropiarse el mérito de los “grandes beneficios” que van a aportar al pueblo; luego, cuando despuntan las primeras críticas, les falta tiempo para decir que carecen de competencias, y que las protestas se han de dirigir a las administraciones regional o estatal; y cuando se ven realmente comprometidos y sin escapatoria administrativa (y no digamos ética), se avienen a las concesiones, a rastras y con cuentagotas, tratando siempre de ganar tiempo esperando que los vecinos se contenten, se aburran o pierdan fuelle; con el fin último, que no abandonan, de que el proyecto avance, se abra paso y llegue al estado de hecho consumado (y quedar bien con las empresas que los engatusan y pervierten, a lo que se suelen dejar, como mecanismo personal y político instintivo, casi siempre a la primera).

De ahí que no haya que tener consideración alguna hacia esos alcaldes que se resisten a escuchar a los vecinos considerándolos menores de edad; o afirmándose a sí mismos en el carácter democrático-electoral que les ha subido en el burro sin interesarse por entender que su legitimidad democrática trasciende al día electoral de cada cuatro años, y que han de demostrarla, y ganársela, día a día, estando a las duras y las maduras. Mirando hacia atrás (lo que siempre ilustra), es de observar que, en contraste con los de ahora, aquellos alcaldes de otro tiempo, no elegidos sino nombrados por los gobernadores civiles, carecían de legitimidad democrática (como el régimen entero, vaya), pero eran muy sensibles al tumulto y la agitación (como el régimen entero, por cierto), y claudicaban ante los vecinos sin llevar su resistencia al extremo y expresando frecuentemente adhesión y solidaridad, una vez vencidos los primeros escrúpulos y miedos políticos (estoy recordando la lucha antinuclear y sus numerosos ejemplos en toda España).

Y deberá ponerse el énfasis en el debate libre y público, y arrancar de los alcaldes que lo aprueben y lo convoquen, estando presentes a ser posible; lo que debe ir seguido de una consulta al pueblo. Todo ello, como digno y oportuno ejercicio de democracia directa, y a esto no se pueden negar los alcaldes, salvo que no les importe incurrir en felonía: se trata de que el Pleno municipal diga no. Así que en el caso de las plantas de biogás los objetivos a batir han de ser en primer lugar los alcaldes y las corporaciones municipales, presionando e introduciendo la división entre sus grupos y miembros; en segundo lugar, las Consejerías de Industria y Agricultura, así como las de Sanidad y Medio Ambiente; sin olvidar nunca a la CHS, ya que si no hay concesión de aguas no puede haber planta, salvo que sus promotores se decidan por la clandestinidad y la ilegalidad flagrante (y a esto, los vecinos han de estar muy atentos, ya que la CHS difícilmente va a ir en contra de las empresas, acostumbrada como está a mirar hacia otro lado).

Y, atención: no se deberá caer, en ningún caso, en creer y esperar el respaldo de la ley, es decir, en confiar en los recursos administrativos tras las aprobaciones oficiales pertinentes. Este es el defecto en el que incurren, por ejemplo, la organización Ecologistas en Acción, convertida en incomprensible agencia expendedora de alegaciones y denuncias e instalada en un cómodo “ciberecologismo” que abandona el tajo y la trinchera. Esta lucha, como tantas otras, debe estructurarse en torno a un no tajante y vigoroso, fundado e innegociable; es decir, en un rechazo que contenga cuanto de profundo e intensamente social posee la razón cívica y ecológica cuando se expresa al modo radical. Todo lo cual queda muy lejos de alinearse con ese eslogan desgraciado del “Biogás sí, pero no así”, en mala hora copiado del esgrimido en el -tardío, culpable- enfrentamiento con las energías renovables por parte de grupos y plataformas ciudadanas o ecologistas, que no han entendido nada de lo que son y pretenden resolver esas energías, ni de dónde vienen ni por qué han sido promovidas de pronto y masivamente.

Que hay que aprender -y actuar en consecuencia- de las luchas del pasado y de los errores del presente.



4 comentarios:

  1. No me he enterado de nada
    No hay quien entienda a este hombre que de tanto querer escribir con estilo elitista no habla claro. Si tengo que dar una opinión, creo que defiende a la extrema derecha y a la extrema izquierda a la vez y niega cualquie posibilidad de razocinio.

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  2. Hay que leerlo muy detenidamente. Creo que es muy acertado.

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  3. Magnífico y certero análisis. El ecologismo institucional y subvencionado preparará la hoguera

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  4. Esto está muy bien, pero no explica allternativas.

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