Por Claudio Conti
Los líderes europeos –probablemente los peores de la historia– han conducido al continente a una crisis económica profunda y además coquetean con la idea de llevarnos a la guerra. Francia y Alemania, antaño líderes políticos y económicos de la UE, caen con fuerza.
El eje franco-alemán está cada vez peor y cuando Draghi hace sus recomendaciones ya no está claro a quién se dirige.
De hecho, la Unión Europea se construyó –en términos de la lógica de los Tratados y de la estructura institucional– sobre la base de las indicaciones impuestas por Alemania y apoyadas por Francia. En ausencia de líderes fuertes en estos dos países, es difícil imponer algo a los otros 25 miembros sin tener que negociarlo.
Y ahora, tanto en Berlín como en París, hay de todo menos líderes sólidos. De hecho, el futuro próximo promete cifras aún más frágiles.
En Alemania, Olaf Scholz logró ayer su objetivo: descorazonado y, por tanto, obligado a dimitir para allanar el camino a nuevas elecciones. En la práctica, todo lo contrario de lo que suele buscar un primer ministro.
Una aparente paradoja que aclara el confuso estado de la política alemana, arrastrada a una guerra que destruyó gran parte del modelo económico sobre el que había construido su hegemonía continental: bajos salarios internos, energía a bajo coste gracias al gas ruso, exportaciones constantes a Moscú y Beijing.
Las encuestas muestran por ahora un importante apoyo a los democristianos liderados por Friedrich Merz (una versión muy derechista de la ultracentrista Angela Merkel), un gran avance de los neonazis del AfD (pero contra la guerra con Moscú) y la radical de izquierda moderada Sahra Wagenknecht, mientras que los liberales «austeros» tendrán que luchar para no desaparecer del todo, al igual que los belicistas «verdes».
Se espera un baño de sangre para el SPD, todavía liderado por Scholz, mientras que Linke, la «izquierda disponible», probablemente será eliminada.
Necesitamos cambiar radicalmente la política presupuestaria europea, abriendo una temporada de gigantescas inversiones públicas para intentar superar la profunda crisis industrial que vive Alemania (Volkswagen, Mercedes, BMW, ThyssenKrupp, etc., están planeando cierres de plantas y despidos masivos).
Pero es exactamente lo contrario de lo que se ha hecho –e impuesto a toda la UE– durante los últimos 30 años. Los democristianos y los liberales no parecen haberse dado cuenta todavía. Por tanto, encontrar un equipo y una mayoría, dependiendo del parlamento que surja de las urnas, será especialmente complicado.
La situación es aún peor en París, donde el banquero que llegó a presidente, Macron, aparece ahora como un loco, atrincherado en el Elíseo, que se niega a irse y nombra a un primer ministro tras otro para que no desconfíen de él y, mientras tanto, permanezca en su cargo. .
La historia revelada por el periódico Politico sobre el nombramiento de Bayrou, líder de un pequeño partido de centro, como primer ministro, es divertida. Macron tenía en mente poner en ese asiento al ministro de Defensa saliente, Sébastien Lecornu, o al exministro de Industria, Roland Lescure. Ambos partidarios leales que habrían sido completamente dependientes de Macron y, por tanto, más maleables.
Pero el viernes por la mañana, cuando Macron invitó a Bayrou al Elíseo para informarle de su decisión, el anciano ex ministro de Educación amenazó con derrocar inmediatamente al próximo ejecutivo si no era nombrado.
Un gran país europeo en manos de chantajistas y banqueros… no es precisamente tener un gran destino por delante.
Este Bayrou, al que los «demócratas» italianos describieron como «más atento a las exigencias de la izquierda» (preparándose así para justificar la posible ruptura de los «socialistas» con la Francia Insumisa de Mélenchon y, por tanto, el fin del Nuevo Frente Popular que salió victorioso en las políticas electorales), abrió sus consultas favoreciendo inmediatamente a… Marine Le Pen.
Bayrou es un viejo navegante de la política francesa, tres veces candidato presidencial y un habitual de cambios radicales y de camisa. Sin embargo, entre sus obsesiones más constantes está la drástica reducción de la deuda pública, un tema en el que su predecesor, el ex comisario europeo Barnier, se quedó corto.
Por lo tanto, se sitúa en una senda programática en continuidad con Barnier, también porque la agencia de calificación Moody’s ha ordenado una rebaja de la calificación de los bonos del Estado francés, lo que «refleja nuestra opinión de que las finanzas públicas del país se verán sustancialmente debilitadas en los próximos años».
En definitiva, es previsible que se abra un proceso difícil, con la habitual búsqueda de «apoyo externo» en cuestiones individuales, que habrá que negociar cada vez y que corren siempre el riesgo de fracasar. Con crisis y resignación relacionadas…
Por un lado tenemos, pues, una Alemania que por fin debería empezar a realizar inversiones públicas (pudiendo permitírselo sin infringir demasiado las «normas europeas» que ella misma ha impuesto); por el otro, una Francia que debería hacer exactamente lo contrario, adoptando las políticas de «lágrimas y sangre» que hasta ahora habían sido adoptadas de forma limitada y en todo caso fuertemente rechazadas por la población (chalecos amarillos, CGT, estudiantes, etc.).
Ambos países, sin embargo, con mayorías compuestas y muy frágiles.
No es exactamente la situación ideal para quienes, aún hoy, afirman ser el centro de gravedad de un continente al borde de una crisis nerviosa y con la guerra a las puertas.
Fuente: EL VIEJO TOPO
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