La escucha
(Originalmente publicado en el semanario Valle de Elda)
No podemos escuchar si no prestamos atención a lo que oímos, si no hay voluntad de comprender lo que nos llega al oído. ¿Cuántas veces, en cuántas situaciones, no nos hemos sentido escuchados?. Otras muchas ponemos cara de interés, pero lo que realmente hacemos es pensar qué le vamos a contestar a nuestro interlocutor cuando acabe su turno de palabra. Según los expertos, la mayor parte de los problemas en las relaciones interpersonales estarían generados por la escasa comunicación entre nosotros. O simplemente porque no nos escuchamos con la atención debida los unos a los otros.
Los adolescentes, por ejemplo. Esa actitud paternalista hacia ellos, interrumpiendo sus puntos de vista con nuestra perspectiva más experimentada o minimizando sus angustias quitándole importancia a lo que les ocurre, son el síntoma más evidente de que no los estamos escuchando. Por el contrario, el simple hecho de que los dejemos explayarse, que perciban que los atendemos, puede generar una corriente de confianza que favorecerá un clima más sincero y a la vez la tranquilidad y la seguridad de quien se siente más valorado que vigilado en sus actividades cotidianas.
No sabe hablar quien no sabe escuchar, vino a decir Plutarco. Sin una escucha activa no podemos crear. Lo ha señalado J. A. Valente: “se escribe por pasividad, por escucha, por atención extrema de todos los sentidos a lo que las palabras acaso van a decir”. Sin esa escucha extrema, sin esa agudeza para percibir hacia dónde dirigirse cuando todo parece perdido, tampoco los científicos avanzarían: Newton, Marie Curie o Einstein fueron paradigmáticos en esto. En el terreno político, por ejemplo, ¿sería posible consenso alguno, satisfactorio para las partes, sin una mutua y atenta escucha?. Cualquier auténtico pacto constituye la síntesis de la cesión de unos y de otros, del reconocimiento mutuo y todo ello la consecuencia lógica tras habernos escuchado.
Se calcula en más del doble que la actual la agudeza auditiva del cazador neolítico. No creo que haya actividad humana donde no sea importante saber escuchar. Pero cuidado: ¿de verdad nos está escuchando el dependiente que con cara sorprendida –como si fuese la primera vez que oye una petición como la nuestra- acaba vendiéndonos lo mismo que al cliente anterior?; ¿de verdad nos escucha el terapeuta experto cuando, previo pago y tras diseccionar nuestro discurso, termina diciéndonos lo que queríamos oír?. La auténtica escucha siempre es activa, al tiempo que receptiva y no condicionada previamente. Y empieza por escucharnos a nosotros mismos, a nuestro cuerpo, en primer lugar. Al loro.
Rafael Carcelén es maestro de escuela en el CEIP Padre Manjón de Elda. Poeta, lector apasionado y perpetuo observador, opina sobre la realidad que nos rodea, bien en su columna Entre col y col en el semanario Valle de Elda o en otros foros independientes y/ o alternativos.
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