Escribir
(Originalmente publicado en el semanario Valle de Elda)
Como si de una cebolla se tratase, la escritura contiene varias capas o niveles, cada una de las cuales cumple una misión distinta pero que va englobando a las anteriores, teniendo todas en común una función comunicativa y de expresión de nuestro mundo interior. Un primer nivel podría ser el de la exteriorización en bruto de nuestros sentimientos, nuestras inquietudes o el magma conflictivo que puede anidar en nosotros. Los primeros poemas adolescentes surgen de esta necesidad de desahogo y catarsis de todo lo que bulle dentro. Como un volcán en erupción, escribir tiene aquí una función liberadora y terapéutica de gran magnitud. Recordemos, por ejemplo, que esa gran poeta que fue Sylvia Plath se sumergió en la escritura a propuesta de su psiquiatra para salir de un proceso depresivo que resultó irresoluble, pero que mitigó el sufrimiento durante largas temporadas de su corta vida.
Esta expresión como terapia, punto de partida también de muchos talleres de escritura, supone con la práctica un proceso de indagación, de autoconocimiento progresivo que nos permite descubrir facetas de nuestro yo hasta entonces desconocidas. Escribir, además, nos obliga a reflexionar a un ritmo distinto al de la oralidad, con lo que nos ayuda a ordenar y sistematizar nuestro pensamiento. El goce obtenido con ese autodescubrimiento de nuestro yo profundo se refleja en el rostro entusiasta con que muchos niños te muestran sus primeras redacciones, sus primeros relatos. Por eso es tan importante transmitirles el gusto por la escritura desde pequeños: porque aprenden a expresarse pero también a conocerse. Porque se comunican con el mundo y, a la vez, con ellos mismos. Igual que nos ocurre dibujando, nadando o bailando.
Una prolongada práctica nos hace adentrarnos en el manejo cada vez más sofisticado de los recursos lingüísticos y literarios, liberándonos a la vez del discurso racional y abriéndonos a un territorio próximo a lo misterioso o lo desconocido. En este nivel, el más propiamente creativo, nuestra escritura coloca al lenguaje en el primer plano y se sirve de él con fines lúdicos, de extrañamiento de la realidad o de proyección y desdoblamiento de nuestra personalidad en textos líricos o narrativos donde tan importante es lo que decimos como la forma en que lo expresamos. Señala Juan José Millás que quien llega hasta aquí se enfrenta a una doble actitud: “voy a ver lo que digo o voy a ver lo que dicen las palabras. La sensata es la intermedia. A veces las palabras quieren decir algo que no estaba en tu intención, pero que es bueno que escuches”.
Juan José Millás
Como ven, sea cual sea nuestra intención, escribir es una experiencia de autoconocimiento, liberadora, proyectiva, creativa, terapéutica… tan sorprendente como maravillosa. “Me fascina escribir porque adoro la aventura que hay en todo libro o en todo artículo, porque adoro el abismo, el misterio y esa línea de sombra que al cruzarla va a parar al territorio de lo desconocido, un espacio en el que de pronto todo nos resulta muy extraño, pues vemos que, como si estuviéramos en el estadio infantil del lenguaje, nos toca volver a aprenderlo todo”, ha escrito Enrique Vila- Matas. Pruébenlo; no se lo pierdan: escriban. Escriban hasta obtener, como la Nobel polaca Szymborska, “Alegría de escribir./ Poder de eternizar./ Venganza de una mano mortal”.
Enrique Vila- Matas
Wisława Szymborska
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