Rosales
(Originalmente publicado en el semanario Valle de Elda)
El pasado 31 de mayo se cumplieron cien años del nacimiento en Granada de Luís Rosales. Un poeta extraordinario, cuya vida quedó marcada por el asesinato de Lorca, su maestro y amigo. Como ha señalado su hijo recientemente, “llevó siempre dichos sucesos como una cruz por la injusticia que se cometió”. Falangista destacado como sus hermanos entonces, la detención de Federico en su casa (donde se refugió) y su posterior fusilamiento sirvió para que se les calumniara y acusara de tan vil ejecución. Él siempre mostró su desprecio por los asesinos y defendió el honor de su familia, que hizo lo posible por salvar al granadino más universal. Liberal auténtico, apolítico –aunque monárquico partidario de Don Juan- y descreído, siempre ayudó (como editor sobre todo) a poetas y escritores que, como Caballero Bonald, consideró valiosos aun sin compartir sus presupuestos ideológicos o estéticos.
Nacido el mismo año que Miguel Hernández, a quien siempre apreció, su poesía se caracteriza por un profundo humanismo, lleno de arraigados sentimientos religiosos, donde el tono intimista y la expresión de lo más cotidiano acompañan al hombre en su desvalida condición, en su atribulada travesía existencial. Cuando gran parte de la poesía española rendía vasallaje a un tradicionalismo grandilocuente, ripioso y rancio, su magistral poema- libro La casa encendida, de 1949, recuperó para la época el espíritu vanguardista de entreguerras y la utilización del verso libre de un modo tan brillante como ajustado. Su dominio de la técnica (tanto en sus estrofas más clásicas como en sus propuestas rompedoras) y la perfecta adecuación al tema tratado, dan a sus poemas un vigor y una cadencia tan innovadores como inconfundibles. Nunca cejó en su afán por evolucionar, dejándonos en La carta entera un legado ético y estético de fraternal rebeldía, de indistinción entre géneros, de hondo cuestionamiento.
Reconocido con los más prestigiosos premios, incluido el Cervantes en 1982, su obra no ha tenido el eco que merece aunque hacia él ya estén volviendo los poetas más jóvenes. Por eso, la conmemoración del Centenario es una buena ocasión para apreciar su hondura y su sensibilidad. Así lo subraya Félix Grande, a quien vimos con Aute en Petrer en abril pasado, buen amigo del poeta y editor de la antología de Rosales con un título tan bello como éste: Porque la muerte no interrumpe nada, y donde podemos leer el gran Autobiografía, de su libro Rimas de 1951, poema que describe como ningún otro su forma de ver la vida, ese sentimiento auténtico de quien tanto descreyó de ideologías y estériles adoctrinamientos; de quien supo ver en nuestra tradición literaria, ahí está su ensayo Cervantes y la libertad, un vestigio insuperable de crecimiento humano y de conquista de la dignidad; de quien, por encima de todo fatalismo, sólo creyó en la amistad. Y que, con una humildad sincera, lapidaria y tan humana, dejó escrito:
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