Lorca
(Originalmente publicado en el semanario Valle de Elda)
La apertura de la fosa donde según Ian Gibson estaría el cuerpo de Lorca, fusilado en agosto del 36, supuso en noviembre pasado la culminación de un complicado proceso dados los intereses encontrados con los familiares y herederos de quienes fueron asesinados con él. La contundente conclusión un mes y medio después del rastreo no dejó lugar a dudas: no sólo no había vestigio de cuerpo alguno sino la evidencia de que allí jamás hubo enterramientos. Se removió, además de la tierra, el recuerdo de sus últimos días vivo y la implicación que los hermanos Rosales, Ruiz Alonso, la CEDA , sus primos o el general Queipo de Llano, desempeñaron en su trágico destino.
No encontrar su cuerpo también desató las especulaciones: se achacó a la familia conocer previamente que no estaba allí, se atendió la tesis de quien afirma otro lugar funerario quinientos metros más allá e incluso se habló de que su cadáver, como el de muchos granadinos más dispersos en cientos de fosas próximas, fue trasladado al Valle de los Caídos. La dictadura, según esta tesis, habría querido borrar así un crimen execrable y no se habría expuesto a una clandestina exhumación que la hubiese delatado internacionalmente. En todo caso, sea o no cierto, y como acredita Paul Preston en su último libro El gran manipulador. La mentira cotidiana de Franco, una vez que a comienzos de los años sesenta se vislumbró que el régimen no sobreviviría al dictador se hizo desaparecer toda responsabilidad e inculpación, en camiones y camiones de documentos, durante más de quince años. Hecho que redundará negativamente en saber lo que realmente ocurrió con tantos asesinados. Por no hablar de las reticencias o de las trabas que aun hoy, desde distintas administraciones, se siguen imponiendo.
No haberlo hallado lo convierte igualmente en un desaparecido y agranda aun más la magnitud del crimen o el nicho, tan vacío como amnésico, en que se está convirtiendo nuestro pasado no ya tan reciente. Aunque hoy nadie duda de que tantos crímenes e injustas condenas terminarán hallando reparación mediante la anulación de sus sentencias y la rehabilitación de los ejecutados. Más allá del miedo y el silencio, el tiempo nunca fue un buen aliado para los asesinos; siempre quisieron cubrir, con miseria y olvido, los cuerpos de su delito. Pero ahí están las investigaciones históricas para desengañarlos. Para quebrar su impunidad. Para hacernos ver también que “toda víctima es actual en tanto en cuanto no se le haga justicia”, como ha escrito a propósito de Lorca Reyes Mate, profundo conocedor del exterminio judío. Y en esta línea, el propio Gibson ha pedido que el Estado español, como ha hecho el chileno exhumando y enterrando dignamente a Víctor Jara, busque el cuerpo del granadino más universal.
Desde luego si, como señaló Azaña, la de Franco fue “una insurrección contra la inteligencia”, es aún más evidente su fracaso estrepitoso tantos años después. Porque el crimen de Lorca no lo hizo realmente desaparecer. Y aunque se excavasen cientos de fosas sin que sus huesos aparezcan, basta con abrir su Romancero gitano o sus Sonetos del amor oscuro para respirar su pena negra, su espíritu jovial y apasionado, su extrema sensibilidad; para dejarnos seducir por esa candorosa voz, de tan humana, universal. Pues quien no tuvo su muerte, esa que le tocaba (según los conocidos versos elegíacos que le dedicó Alberti) nunca dejó de estar entre nosotros. Y nunca nadie nos lo podrá arrebatar. Aunque su cuerpo siga sin estar aquí.
Rafael Carcelén es maestro de escuela en el CEIP Padre Manjón de Elda. Poeta, lector apasionado y perpetuo observador, opina sobre la realidad que nos rodea, bien en su columna Entre col y col en el semanario Valle de Elda o en otros foros independientes y/ o alternativos.
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