viernes, 4 de febrero de 2011

El fin de la historia, ¿el fin del arte? Reseña literaria de Ester Astudillo


El fin de la historia, ¿el fin del arte?
A propósito de Autobiografía sin vida, de Félix de Azúa



Por Ester Astudillo 


H
ace ya casi dos décadas que el (in)fausto politólogo Fukuyama se colgó, huelga decir que prematuramente, la medalla de vaticinar el fin de la historia del hombre. Obviamente se equivocó. ¿Se equivoca también Azúa hoy cuando describe la era actual, en lo tocante a la estética, como la muerte del arte?
Aun no siendo en absoluto comparable al del americano en ninguno de sus aspectos –salvo tal vez en la radicalidad de sus conclusiones-, una de las bondades de este librito, Autobiografía sin vida, que si bien breve resulta de tan difícil lectura -o cuanto menos difícil comprensión- como catalogación, es el capítulo final, donde de forma clara y contundente el autor viene a justificar la escritura –y la espesura- de todo lo anterior: en él consigue sumergir al lector, por partida doble y en paralelo, en la historia de la humanidad y su civilización por un lado, y en la historia del arte por el otro. Y consigue además que esa inmersión resulte comprensible para el lector medio. ¿Cómo lo hace? Por medio de la analogía: trazando un paralelismo entre la evolución natural a la que está sometido todo ser vivo (nacimiento, infancia, madurez, senectud y muerte) y su tesis sobre el devenir del arte y su historia. No cabe duda, dada la explicitud del título, que de manera más o menos colateral está también hablando de sí mismo como humano y como ser vivo, si bien tratándose de una autobiografía el resultado no es precisamente ‘al uso’.


¿Y cuál es la tesis central del libro? Tal vez el título sea suficientemente explícito. La mirada de Azúa a lo largo de las 176  páginas es eminentemente sociológica: las 130 primeras son poco más que destellos o pinceladas fijados certeramente sobre una selección de momentos ‘cumbre’ en la historia de la humanidad –podemos intuir que también, por asociación, momentos cumbre en la biografía del autor por su significación intelectual- que sólo en el último capítulo adquieren la relevancia deseada para comprender el porqué de su salomónica sentencia, ‘sin vida’. Entendamos por ‘momentos cumbre’ acontecimientos revolucionarios a nivel psicológico en la historia humana, como pudo ser por ejemplo el descubrimiento por parte de los sapiens de que poseen una ‘mirada’ y de que el mundo está tristemente más allá de su subjetividad, aunque, por suerte, permite ser ‘representado’ (las pinturas rupestres fueron la piedra angular para la andadura de lo que se llamaría posteriormente ‘arte’). Pero entendamos ‘momentos cumbre’ también como acontecimientos políticos o históricos tales como por ejemplo, muy tardíamente ya, la Revolución Francesa y el Romanticismo, y sus derivaciones sobre la organización social, a nivel macro, y subjetiva y por ende ‘estética’, a nivel micro.
Azúa apuesta, suponiendo en el lector una erudición muy por encima de la media, por señalar que del devenir psicológico de los humanos se han derivado consecuencias tanto políticas como sociales e históricas -¿qué es la política sino historia? ¿Qué es la historia sino política?-, y a partir de todo ese conglomerado que ha venido siendo el sujeto-humano-en-sociedad se ha ido construyendo tanto el ‘producto’ artístico como el ‘concepto’ de arte. La tesis de Azúa, al cabo tampoco tan sagaz, es que el arte, siendo como es criatura humana, evoluciona en paralelo con su hacedor; de hecho no sólo el arte, es decir el producto en sí o el objeto artístico, sino el ‘concepto’ de lo que es o no es arte en un momento determinado. Así, a medida que el hombre, o mejor el ‘sujeto’, en versión ya ultramoderna, va cambiando sometido a los vaivenes históricos, políticos, sociológicos y técnicos –o mejor que ‘cambiando’ digamos envejeciendo, por facilitar la analogía-, así va cambiando también el producto, cambia –o envejece- el arte. Y envejece asimismo el ‘discurso’ sobre el arte.

Las pinturas rupestres de 300 siglos atrás representan el nacimiento del arte en estado puro, cuando no existía todavía ‘discurso’ sobre arte: el arte era uno, simple y prístino. Si bien también suponen el inicio de la decadencia, pues en ellas despunta el instante de desencanto y de frustración que merodea siempre tras todo acto creativo: el arte para suplir todo cuanto del mundo resulta insuficiente. La pintura en aquel momento de estallido, sin embargo, fue puro objeto, libre de ataduras teóricas, filosóficas y estéticas. Puro goce. Fue aquél un momento de infancia y eclosión, no únicamente para el arte –léase también ‘infancia’ para el autor, con la epifanía que supone el poderoso descubrimiento de la imagen y la imaginación-: también lo fue para la subjetividad de los sapiens, que descubrían por vez primera el espejo, la perplejidad por el mundo y el placer de ser capaz de representarlo. Descubrieron el poder de la imagen. Y se dejaron seducir por ella. El hombre aprendió a mirarse en el espejo y a representarse a sí mismo. Ahí arranca la historia del pensamiento y de la estética.
Momentos clave como ese, aparentemente tan anodino, han jalonado el devenir de los humanos, con implicaciones en efecto dominó sobre todos los campos que componen nuestra vida íntima y colectiva (sociedad, lenguaje, política, historia del pensamiento, ciencia, técnica, creación…). A su vez, tales implicaciones y cambios han propulsado otros cambios o revoluciones con nuevas consecuencias, y así en bucle. Infancia, seguida de madurez, senectud… Consabido es el final.
Fukuyama pronosticó el fin de la historia del hombre. Con someras pinceladas sobre la historia del arte que sólo el lector avezado puede cabalmente seguir, Azúa en definitiva defiende la tesis de que el arte ha muerto también, y de ahí el marcado tono elegíaco del libro –obviemos las implicaciones que para la interpretación estrictamente biográfica del texto tenga esa tesis, por otra parte tan evidentes como ineludibles. Quienes vivimos el momento actual estamos presenciando sus últimos estertores. Los cambios en el mundo resultantes del viraje del pensamiento y el arte hacia el posmodernismo, el nacimiento y el progresivo peso de la psicología en la vida cotidiana, el advenimiento de la publicidad y la sociedad de masas, la construcción del objeto de arte como mero objeto de consumo, por citar sólo unos pocos de los más recientes eventos que están catapultando nuestra civilización, han hecho mella también en el ‘lenguaje artístico’. No olvidemos que al fin y al cabo el arte no es más que eso, un lenguaje, un código, si bien sometido, claro está, a evolución.
La tesis de Azúa es que llegado es el momento también en que el arte ya no pueda ir más allá de sí mismo: si en filosofía Auschwitz representó el punto de no retorno, tras Duchamp y James Lee Byars el arte quedó también fatalmente sentenciado. Dios murió con Nietzsche. La historia murió con Fukuyama. El arte, mal que nos pese, ha muerto también, falla ahora Azúa. Muere el arte, y por ende, muere también el artista… y con él tal vez el hombre:
El arte es pura transparencia. Con este desconcierto alcanzó su verdad suprema el Arte en 1972 y pudo ya disolverse en la trivialidad de la vida cotidiana. Desde entonces ha entrado a formar parte de la ternura del caos junto con la cocina para singles, los paralímpicos, el puenting o las ONG. Y es justo que así sea.(p. 132)
 Ante tan contundente sentencia quizá sólo reste desear que así sea.

Autobiografía sin vida
Félix de Azúa
Mondadori, mayo de 2010
176 páginas
 


Ester Astudillo es filóloga, lingüista, traductora y poeta (además de lectora voraz de los más variopintos textos).

9 comentarios:

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  2. Me ha gustado mucho esta crítica. Pero tengo algunas dudas que me gustaría mucho poder consultar con la autora de la misma, Ester Astudillo. Creo que la opción desarrollada por de Azúa sobre el fin del arte se centra, para ser agoreros, en el devenir de este hacia la inmaterialidad absoluta y su reproducción hipermasiva en un entorno de uso del arte como bien de mercado, ¿pero, no habría, como yo creo, un escenario posible para la reconfiguración del arte en los nuevos intentos de realismo? ¿No crees que cualquier tipo de arte que intente "evadir el mercado", (con obras de arte efímeras, por ejemplo o tipos de autorías compartidas) no podrían dar un nuevo horizonte el arte, más allá de lo puramente estético, (que, por cierto, reconozco que Duschamp dejó bastante delimitado este terreno)?
    Un saludo, enhorabuena, y gracias.

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  3. Bueno, Jorge, yo he procurado obviar cuál es mi opinión sobre el devenir del arte, aunque eso quizá no sea nunca del todo posible: hablaba más bien por boca de Azúa. La cuestión tal vez sea plantearse si hay un nicho para el arte fuera del mercado. Dentro seguro que no: es mero márqueting, o 'negocio'. Pero, ¿ y fuera? Creo que Azúa defiende que tampoco. La sociedad actual ha cambiado hasta tal punto que ya no hay funcionalidad posible para el arte ni para el artista, aun obviando la fagocitación de esa parcela por parte del mercado. El arte nunca es sólo horizonte estético: si se confunde con eso, se transforma en kitsch, que es lo que ha venido sucediendo en los últimos tiempos -digamos último siglo.

    En cuanto a si es posible la construcción de un nuevo concepto de arte y de artista que busque deliberadamente evadir el mercado, con novedades tan importantes como la autoría compartida, supongo que en ello estamos con mayor o menor convicción, con más o menos esperanza.

    Gracias por tu atenta lectura.

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  4. "La cuestión tal vez sea plantearse si hay un nicho para el arte fuera del mercado", totalmente de acuerdo. Entonces, ¿Cómo podría reinventar la funcionalidad del arte para que no sea pura estética vacía? Creo que, si el arte mira hacia atrás y ve las obras colectivas que se hacían (catedrales, por ejemplo), podamos encontrar un destino.
    Creo, también, que el arte es vacío porque es totalmente irreal. Totalmente despegado de la realidad. La ruptura con la realidad que supuso la entrada de las vanguardias debe ser, para intentar salvar el arte, subsanada, al menos en su parte más terrenal y volver a mirar a la calle y dejar de hacer un arte exclusivo. Exclusivo para el público que favorece la especulación.
    ¿Entonces, un arte más contemporáneo?

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  5. Bueno, Jorge, discrepo contigo: el arte es irreal, efectivamente, condición sine qua non para que sea arte. Es la espita que permite al artista vivir en otra dimensión que no es la pragmática o realista. Aun hablando de realismo en arte, es realismo siempre relativo. Si el arte se hace esclavo de su aplicabilidad deja de ser arte y pasar a ser otra cosa: la que sea, no voy a ponerle nombre, pero no arte. Detrás de toda obra de arte hay siempre un intento de escapar a la frustración que producen la realidad y el mundo. El arte es... otra cosa. No sé muy bien qué, pero otra cosa, para la que no sirven los criterios que utilizamos para definir o juzgar el resto de 'cosas' o conocimientos aplicables a la vida práctica.

    Por otra parte, contemporáneo? El arte contemporáneo tiene más de un siglo de existencia. Te refieres a contemporáneo opuesto a lo posmoderno, a lo novísimo?

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  6. Hola Ester, estoy de acuerdo en que el arte es irreal. Es irreal porque está más allá de la realidad, es, en parte autónomo. Pero lo que yo quiero decir en cuanto a que creo necesario un arte más real, es que el vuelo del arte, su desapego con la sociedad y el momento presente(contemporáneo, perdona, me refería a contemporáneo en su versión más etimológica)es demasiado grande. Siempre el arte, a lo largo de la historia, ha reflejado un mundo propio, auténtico, pero partiendo de la realidad. Y creo que, el arte actual (en realidad el arte post dadá) no tiene ninguna vinculación con la sociedad y es mera especulación basada en su impacto estético inmediato. Un saludo,

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  7. Bueno, no sé qué decir. No estoy formada en arte pictórico y sí, las vanguardias dieron un giro al arte que fue muy positivo en aquel momento y sus coletazos posteriores quizá no tanto. De todos modos, por ejemplo en la poesía, ha habido un movimiento hacia lo que yo llamaría 'hiperrealidad', que es justo lo contrario de lo que tú dices. Hay una incorporación al arte de lo más feo y obsceno de la vida, y no es exclusivo de la poesía: ahí está Manzoni y su mierda y las performances artísticas en que el protagonista es un tampón (por no nombrar la marca) usado. Eso no es arte irreal, tiene vínculos muy obvios con la vida, con lo más bajo de la vida, por oposición al arte de altura. Lo que creo que tú llamas irreal es que 'no sirve de nada', el criterio de la aplicabilidad de nuevo. Y que está vacío de denuncia social. Y que quizá busca epatar de forma fácil y rápida y se queda sólo en puro gesto efectista, barroco aunque pretenda justo lo contrario. Y eso sí se le debe reprochar al arte, o a lo que se llama arte y se hace pasar por ídem sin serlo, y es 'consumido' como ídem sin serlo. Y se trafica con él sin ser en realidad nada valioso. Pero creo que todo ello es puramente contemporáneo en su sentido etimológico: en una sociedad posmoderna, el arte -o lo que sea- también es posmoderno. Somos una sociedad de seres banales, recién conscientes de su banalidad. Y eso es lo que probablemente quiera dar a entender el arte de hoy en día: que es banal, efímero, fin en sí mismo, innecesario, superfluo. Probablemente, si algún mensaje pretende transmitir, sea ese.

    De todas formas, si las corrientes artísticas son o no 'sociales' se dirimi siempre a posteriori, cuando la foto ya no se mueve. A mí me parece.
    Saludos.

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  8. "en una sociedad posmoderna, el arte -o lo que sea- también es posmoderno. Somos una sociedad de seres banales, recién conscientes de su banalidad. Y eso es lo que probablemente quiera dar a entender el arte de hoy en día: que es banal, efímero, fin en sí mismo, innecesario, superfluo. Probablemente, si algún mensaje pretende transmitir, sea ese". Estoy completamente de acuerdo. Quizá, cuando hablo de intentar ser más realista, lo digo desde un punto de vista "no-realista" porque la actualidad, nuestra sociedad, es asocial, banal, superflua. Y claro, como tu bien dices, con estas características no podemos hacer arte que no tenga las mismas características.
    Entonces, y volviendo al principio, no es tan descabellado pensar que estamos ante el final del arte. Saludos,

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  9. Pues eso, esa es la disyuntiva. Lo que sí es seguro es que fuera de esas características no será un arte 'comercial', ni siquiera canónico según los estándares actuales. No tendrá éxito, no tendrá adeptos, ni consumidores, ni espectadores. Pero...

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