Una de las tareas fundamentales que tenemos los progresistas en este tiempo histórico es hacer de lo público un goce. Para que el ciudadano medio lo asuma como disfrute y, así, configurar gramáticas sociales democráticas.
El neoliberalismo, en tanto racionalidad dominante de época, tiene en la destrucción de lo público uno de sus pilares. Pero debemos entender esa destrucción en un sentido complejo: la clave no es que lo destruya físicamente, sino que lo deslegitima como ámbito de disfrute.
El ciudadano actual configurado por la antropología neoliberal, solo siente disfrute por la privado: su casa, carro y bienes privados en general. Se mata -literamente- trabajando para "disfrutar" de eso. En tanto que asume lo público como carga (negatividad) o algo lejano.
Desde el consenso social que eso genera es que la lógica privada se ha impuesto en casi todos los ámbitos los últimos años. Volviendo nuestras sociedades al marco de desigualdades de principios de siglo XX (Piketty, 2019). Porque cuando solo es fuerte lo privado ganan pocos.
Así pues, lo público debe fortalecerse en el sentido de que la gente lo disfrute porque con ello amplía el marco de propiedad a una escala que con solo lo privado es inalcanzable (Olstrom). Parques, bibliotecas, etc. permiten disfrutar bienes que comprando no se podría.
Hay que atender dos niveles para esto: uno estructural que tiene que ver con fuerte inversión pública y marcos tributarios que generen equilibrios entre quienes más y menos tienen. Y otro cultural con narrativas políticas que habiliten imaginarios a favor de lo público.
Debemos avanzar en ello para contrarrestar a nivel político-estructural y cultural-ideológico las gramáticas sociales neoliberales que tanto daño hacen a nuestro mundo hoy. Limitándonos a una idea del disfrute que realmente nos atomiza, enferma y deshumaniza.
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