Historiador británico especializado en la Alemania moderna.
Los relatos populares del nazismo a menudo afirman que Hitler llegó al poder democráticamente. Pero, el historiador Richard J. Evans argumenta que el fascismo alemán dependía de las milicias armadas, compuestas por veteranos descontentos inspirados por el antisemitismo, para aplastar a los comunistas y socialistas
El historiador británico Richard J. Evans es autor de dieciocho libros, incluida su trilogía sobre el Tercer Reich (La llegada del Tercer Reich, El Tercer Reich en el poder y El Tercer Reich en guerra), que abarca el ascenso y la caída del fascismo en Alemania.
Autor también de Eric Hobsbawm: una vida en la historia, Evans publicó este mes su último libro, titulado Hitler’s People: Faces of the Third Reich. Allí pone el foco sobre el círculo íntimo de Adolf Hitler e intenta comprender la psicología y las vidas del elenco de figuras que llevarían al partido nazi al poder y a Alemania al desastre.Desde Jacobin conversamos con él sobre las fuerzas políticas que permitieron el ascenso del fascismo en Alemania, así como sobre el papel del antisemitismo y el anticomunismo en la visión nazi del mundo.
En la introducción de su nuevo libro explica por qué ha tomado el rumbo que ha tomado con este volumen: «Solo examinando las personalidades individuales y sus historias podemos llegar a comprender la pervertida moralidad que creó y sostuvo el régimen nazi y, al hacerlo, quizá aprender algunas lecciones para la convulsa época en que vivimos». ¿Qué le llevó a adoptar este enfoque?
En 2003-2008 publiqué una gran historia narrativa en tres volúmenes sobre la Alemania nazi. Sin embargo, cuanto más he reflexionado sobre ello en los años transcurridos desde entonces, más he empezado a darme cuenta de que realmente no conocía a esa gente en profundidad. Y me sorprendió la cantidad de material nuevo —diarios, cartas, biografías y autobiografías— que salía de las imprentas para llenar lagunas y proporcionarnos una comprensión más profunda del fenómeno del nazismo setenta, ochenta años después.
Al mismo tiempo, el ascenso de políticos autoritarios, populistas y «hombres fuertes», reales o potenciales, planteaba nuevas e inquietantes cuestiones sobre la democracia y lo que me parecía —y me parece— una creciente amenaza a la política democrática en todo el mundo. Así que empecé a leer sobre el tema y encontré tanto material nuevo que se justificaba un nuevo libro sobre el nazismo desde este ángulo.
Los capítulos biográficos del libro también están unidos por un conjunto de cuestiones comunes, sobre el compromiso y sus raíces, sobre el comportamiento y las actitudes, y quizá sobre todo por el hecho de que todas estas personas, incluso el propio Adolf Hitler, no eran monstruos ni demonios, sino seres humanos como nosotros.
Me llamó la atención —aunque quizá no debería— la importancia del antisemitismo como piedra angular ideológica de casi todos los que se metieron de lleno a este régimen. ¿Qué papel cree que desempeñó en la cohesión del movimiento fascista alemán durante sus años de ascenso y posterior dominio?
El catalizador para la creación del nazismo fue la inesperada y catastrófica derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, que una minoría significativa de la extrema derecha de la política alemana explicó mediante la paranoica teoría de la conspiración que culpaba a los «subversivos» judíos, a pesar de que los judíos formaban menos del 1% de la población alemana y eran mayoritariamente patriotas.
El antisemitismo personal, visceral y extremo de Hitler llevó a algunos de sus seguidores a adoptarlo ellos mismos, mientras que otros que se unieron a su movimiento ya odiaban rabiosamente a los judíos.
Expulsar a los judíos de la sociedad alemana se convirtió en una especie de solución falsa a los profundos problemas que sufría el país en los años veinte y principios de los treinta. No era necesariamente una solución popular; de hecho, los nazis le restaron importancia en su propaganda hasta que llegaron al poder. Pero constituyó una parte central de su práctica a partir de 1933.
El anticomunismo fue un elemento importante del régimen, aunque creo que con demasiada frecuencia se le presta poca atención, sobre todo teniendo en cuenta el papel que desempeñó en la guerra con la URSS y sus consecuencias. Tengo curiosidad por saber cómo ve usted el papel del anticomunismo como motor del nazismo en esta época histórica.
La Revolución Rusa de 1917 llevó al poder en Rusia a Vladimir Lenin y, más tarde, a Iósif Stalin, y durante un tiempo intentaron exportarla a otros países de Europa. Los nazis creían que formaba parte de una conspiración mundial judía para derrocar a la civilización y la vincularon, extrañamente, con el capitalismo internacional y la plutocracia (si se objetaba que capitalistas y comunistas estaban en guerra entre sí, los teóricos de la conspiración antisemita respondían que eso solo demostraba cómo los judíos dividían a la sociedad contra sí misma).
En 1933 la revolución bolchevique era aún muy reciente e inspiraba temores generalizados en las clases medias alemanas, que sabían que sus homólogos en Rusia habían sido expropiados y sometidos a un violento «Terror Rojo».
En Alemania, mientras los nazis perdían unos dos millones de votos en las últimas elecciones libres de la República de Weimar, en noviembre de 1932, los comunistas seguían ganando apoyos, casi exclusivamente de una clase obrera que se tambaleaba por el desastre de la Depresión, que trajo consigo más de un 35% de desempleo. Y hay que recordar que los socialdemócratas moderados fueron agrupados con los comunistas en la propaganda nazi. Después de todo, los dos partidos juntos tuvieron más apoyo popular que los nazis en las elecciones de noviembre de 1932. No es de extrañar que los nazis centraran su violencia y represión sobre todo en estos dos partidos cuando llegaron al poder en 1933.
Se suele decir que Hitler llegó al poder gracias a las elecciones. Al leer su libro, sin embargo, me pareció que las cosas eran de otro modo. Lo que salta a la vista es que el ascenso del régimen coincidió con la actuación de cientos de miles de hombres armados, muchos de ellos veteranos descontentos, que se incorporaban a las filas de los paramilitares nazis. En otras palabras, hubo una cantidad considerable de violencia —incluidas legiones de hombres dispuestos a luchar y morir por Hitler— que allanó el camino para su ascenso y posterior adopción de poderes dictatoriales. ¿Cómo ve usted esto?
En mi opinión, es bastante erróneo afirmar, como hacen muchos historiadores, que tras el fracaso de su intento de tomar el poder por la fuerza en el «Putsch de Múnich» en 1923, Hitler decidió tomar la vía legal para llegar al poder. Además de centrarse en conseguir apoyo electoral, siguió creando violencia masiva en las calles para intimidar a sus oponentes.
Cientos de comunistas y socialdemócratas fueron asesinados por las tropas de asalto nazis en las campañas electorales de 1932 y, tras tomar el poder, Hitler hizo que casi doscientos mil de ellos fueran arrojados a campos de concentración hasta que la policía estatal, los tribunales y las prisiones y penitenciarías estatales se hicieron cargo de la tarea represiva a partir de la segunda mitad de 1933.
Pero quienes se unieron a las filas nazis no fueron solo los veteranos desencantados de la Primera Guerra Mundial. También se plegaron varios jóvenes de derecha que, demasiado jóvenes para pelear en la Gran Guerra, ahora sí estaban listos para «devolver a Alemania su antigua gloria» y «destruir a sus enemigos», tanto internos como externos. Las biografías que presento en el libro subrayan enfáticamente la centralidad de la violencia en el proyecto nazi.
Sobre el entrevistador
Aaron J. Leonard es escritor e historiador. Es autor de A Threat of the First Magnitude: FBI Counterintelligence & Infiltration From the Communist Party to the Revolutionary Union. 1962-1974 (Repeater Books, 2018).
Fuente: Jacobin
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