sábado, 15 de febrero de 2014

Pueblerinaje. Crónicas danubianas




Pueblerinaje


    Hace unos pocos años pude presenciar el Danubio. Un par, apenas, de los incalculables paisajes de  su escorrentía hasta el mar. Hasta el Mar Negro, que no conozco.

     Faro de Devin                                                                                           A. Amores / B. Jordán



Aguas arriba pero cerca de Bratislava, a no muchos metros del faro de Devin, alcancé a darle sentido a la pérdida del color azul que, como se encargó de inscribir en nuestro imaginario el vals, a la altura de Viena, lleva apellidado su nombre: se junta con el Morava todavía bravo y bullicioso. Efervescente. Y oscuro.




              El Morava aborda al Danubio                                                              A. Amores / B. Jordán




Ya confundidos en el mismo nombre y curso, pude verle luego uniendo y separando Pest de Buda. Un trasiego todo. También hacia arriba y hacia abajo.




     Pest y Buda unidas y separadas                                                         A. Amores / B. Jordán


Evoco estos aún recientes recuerdos porque me he puesto a leer a Claudio Magris, Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2004 – y no a causa de este presunto reconocimiento- sino por el título del libro que ando manejando que únicamente con su apelativo, el Danubio, bastaría para titular buena parte de la literatura europea y de sus historias.

Como cualquier río que medianamente se precie, el Danubio muere y nace enjambrado.

También el libro de Magris nace enjambrado, pero por el momento solo en lo que hace a su comienzo. No puedo saber como terminará aunque no me extrañaría que lo hiciese abruptamente. Cual catarata, digamos.

Y es que llevo ya algunas páginas leídas y, entre la densa hojarasca instruida y familiar con que se adorna Magris, solo he llegado a concluir que, incluso en plena Selva Negra, en Baviera, en la profunda Alemania, son tan pueblerinos como lo somos en el mío y lo son en el que tenemos más allá de las montañas.

Resulta que el Danubio, de toda la vida nacía oficialmente en un punto en el que confluyen dos riachuelos. Pero el alcalde del pueblo donde emana uno de ellos medio centenar de kilómetros más arriba se hizo con palpables datos, también oficiales, que acreditaban que el nacimiento de su propio riachuelo distaba de la desembocadura final más de lo que lo hacía el otro.

Y seguido por un tropel de conciudadanos –presumiblemente dignos y furibundos pese a que Magris no reseña nada en este terreno- arrojó con desprecio una botella de aguas de su riachuelo en una fuente del otro pueblo donde precisamente convergen los dos cauces y en la que se venían celebrando las ceremonias oficiales de este parto acuático, por así decirlo, del Danubio.

No creo que nada de esto tenga que ver con la precisión atribuida a esta zona germano-suiza. El pueblerinismo es realmente consustancial a lo universal. Es su destino.


Bruno Jordán

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