sábado, 2 de abril de 2011

Un hombre ha terminado de escribir, de Alfonso Pascal Ros. Reseña literaria de José Luis Campal



José Luis Campal


Reconocible mosaico humano


Reseña literaria de José Luis Campal.







Avezados como, desgraciadamente, estamos a peregrinar, muchas veces sin brújula orientadora, por el panorama poético español, en el que impera la anemia y el pastiche, no deja de resultar refrescante el que los anaqueles de las librerías nos brinden un poemario de notables hechuras y sustanciosos contenidos. Me refiero a la reciente producción del pamplonica Alfonso Pascal Ros, quien, en plena madurez estilística, nos regala un trabajado alegato contra la vacuidad en Un hombre ha terminado de escribir (Salamanca, Celya, 2010, 60 páginas).



Reúne en su propuesta los frutos de una cabal observación de las debilidades humanas, escrutadas con vitriólico sarcasmo desde una atalaya que no pretende, en absoluto, adoctrinar a sus semejantes sino plasmar, con sintética habilidad, las fallas inherentes a la propia construcción psicológica de las criaturas que coloca en su ángulo de visión y va desmenuzando con precisa concreción.
Lo mejor de la nueva entrega del creador de Barañaín (al que descubrimos en 1991 con el libro dual Nocturnos sin protocolo / Tirones) es que para hablar de pulsiones cotidianas y de proximidad no roza, ni remotamente, los fangosos pantanos de la ordinariez y la explicitación fisiológica, tan frecuentados por una olvidable franja de nuestros aprendices de poetas y poetisas actuales. A resultas de todo ello, la voz de Pascal –a veces telegráfica, siempre contundente– sale fortalecida en su empeño comunicativo, pues sus retratos urbanos no carecen de un inmediato receptor al que el autor apela, y no margina la belleza expresiva que el género posee aun cuando desciende, o quizá por eso mismo, a ras de tierra. Incluso se deja tentar por el autorretrato en el que nos reflejamos: «Hombre sin más, feliz con su existencia, / sin conflicto mayor ni de los otros, / contento a su manera con su vida, / nunca en busca de ascensos, nunca solo, / defendiendo que es bueno todo el mundo, / que la vida es hermosa pese a todo / y se arreglan las cosas si se ponen / menos verbos difíciles, más hombros».
Emplea Pascal Ros, para este terapéutico ejercicio de antinomias deontológicas, una horma tradicional como la estrofa de doce versos asonantados. La elección no constriñe su libertad de movimientos ni le vence al retoricismo; al contrario, le permite zafarse de discursos inacabables y desentrañar los resortes que mueven a sus patéticos seres de paja, colocándonoslos en su antipedestal, ahítos de pedantería pretenciosa, para que los lectores gocen del espectáculo y reconozcan en tales arquetipos a un jugoso mosaico urbano de nuestros días.
Aunque pudiera escoger para ilustrar las bondades de Un hombre ha terminado de escribir cualquiera de los 48 poemas que lo integran, admírense los profanos del mundillo seudoliterario con siluetas caricaturescas tan demoledoras como la siguiente: «Que no te pase nada, ya estás dentro, / aún ni sospechas dónde te has metido, / esto es la selva, triunfan los más fuertes, / el que conoce a quien mueve los hilos / de cuanto aquí se cuece, pincha y corta, / nadie sale en la foto sin permiso».
Tengo para mí que esta obra, merecedora en su momento del IV Premio de poesía “Ciudad de Pamplona”, rescatará para la lírica contemporánea a más de un lector hastiado de reiteraciones figurativistas y empalagosidades culturalistas. Eso sí que es dar en el blanco.



José Luís Campal (Oviedo, 1965) es miembro del Real Instituto de Estudios Asturianos y de la Sociedad de Literatura Española del Siglo XIX, y participa asiduamente en congresos internacionales de literatura española.

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