Nocilla Lab
Debía leer el último libro de la trilogía, no podía dejarlo pasar. Un buen día me armé de valor y me dirigí a la librería de siempre. Manolo, Manolo – le dije a mi librero – esta vez busco algo muy especial. Cuando Manolo regresó aprisioné aquella obra como si mi vida dependiera de ello. Compré el libro y me fui a casa. Nocilla Lab, de Agustín Fernández Mallo - Me relajé mientras hablaba en voz baja -. Era lo que faltaba entre mis lecturas. Con él culminaba el deseo de conocer el origen de esa generación Nocilla que tanto me atrae. Y comencé a leer, por supuesto, e insistí en involucrarme en aquellas palabras tan extrañas y atractivas. Si debo decirlo todo, encontré y perdí muchas cosas por el camino. Como debe de ser, un libro, cada libro, debe suponer un antes y un después, si no la literatura no tendría sentido.
Poco a poco, durante la lectura, fui apreciando un libro en el que la fragmentación hacía eco hasta las más últimas consecuencias. Era un trabajo tripartito en el que aparecía un párrafo de unas 60 páginas, unos personajes con algo pendiente y un experimento: la narrativa del comic. Allí aparecía Enrique Vila-Matas como personaje; mantenía un diálogo imposible con el autor. Desde luego la hibridación de lenguajes estaba en aquel trabajo. No solo en la parte final si no también a través de las fotografías aparecidas en otros fragmentos. Podría decirse que existía un juego con el lenguaje, como diría Wittgenstein, con planteamientos transcendentales.
De este libro han dicho muchas cosas: que es un road-movie inquietante, que parece creado en una mesa de mezclas, que trabaja de manera excelente la auto referencia. Para mi es, como su nombre indica, un experimento: el final del proyecto Nocilla que tantas muescas elementales ha dejado en la literatura joven actual. Al mismo tiempo es un viaje interior que termina en el autor, en el mismo, como si se tratase de una trinidad gnóstica Agustín Fernández Mallo se hace creador, creado e interpretado por si mismo. Examina su auto referencia con atisbos existencialistas, con silencios transcendentales y voces ulteriores. Se busca, se persigue con la tensión del thriller, y se encuentra en un plano superior. La meta final es una nueva forma de literatura y un contenido de vanguardia.
¿Y cuál es la excusa para este experimento literario?: un argumento no menos inquietante. Una pareja que aún no dicho su última voluntad, una prisión llena de ausencias, unas extrañezas marginales de aquello normalmente llamado mundo, lo vacío y lleno del día a día y de cada momento, las indeterminaciones en las que nos encontramos a menudo sin saberlo.
Quiero terminar parafraseando a Agustín Fernández Mallo cuando dice que dos de los mayores genios de los últimos tiempos son: Wittgenstein y Andy Warhol. Yo añadiría a su comentario que si sus ídolos pudieran apreciar su trabajo se sentirían muy orgullosos de él. Este libro es el ejemplo de que experimentar no solo es posible si no necesario y que la literatura no puede dejar la innovación al margen de su quehacer diario.
Antonio Guerrero es Diplomado en Relaciones Laborales. (U.H.U.) y Estudiante de Filosofía. UNED. Almería.
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