miércoles, 6 de octubre de 2010

El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Reseña literaria de Josep Pradas



Salvajes y superhombres agotados


Reseña de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad (publicada en 1902)
La figura del superhombre confrontado con un entrono salvaje tiene un magnífico ejemplo en una obra que ya es un clásico: El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Escrita entre 1898 y 1899, el autor recogía en ella sus propias experiencias en el centro de África, durante la colonización del Congo Belga. 


Se puede descubrir en este relato una completa, intensa y emocional descripción de la experiencia del hombre civilizado que se adentra en un territorio salvaje muy parecido al estado natural en que se basaron los contractualistas ingleses para levantar el edificio de la sociedad (Hobbes, Locke), un territorio salvaje donde aún no se ha implantado la ley de la civilización. Aunque es más que probable que los humanos que habitaran ese territorio tuvieran sus propias leyes, desde la perspectiva del explorador europeo se impone la ausencia de ley, no sólo porque desconoce las leyes indígenas (y no va a preocuparse por conocerlas tampoco), sino sobre todo porque asume la exploración bajo el presupuesto de que se adentra en un territorio sin ley, sin la ley que rige en su país de origen, y sabe que esa condición es muy ventajosa para él y sus propósitos. Conrad denuncia aquí que el aparato ideológico del paternalismo europeo que desea liberar a los salvajes de su propio salvajismo es sólo una tapadera para encubrir un intenso y bien planificado proceso de rapiña de las riquezas de ese territorio, saqueado hasta el límite, tanto en sentido económico como ecológico.
Este relato debería ser de obligada lectura para los estudiantes adolescentes que afrontan el tema de la colonización sin demasiados referentes concretos, sólo ante un mapa de África cuyos colores se corresponden con países europeos, casi todos ellos bienintencionados liberadores de esos pobres indígenas. Al menos, algunos comenzarían a ver con mejores ojos la presencia de inmigrantes sub-saharianos en las calles de las ciudades europeas, y podrían aceptar que ellos tienen hoy derecho a estar aquí buscando lo que nosotros, los europeos, fuimos a quitarles por la fuerza en su propio territorio.

En medio de ese espeso bosque, en medio de la jungla, está el personaje de Kurtz, un alemán que lleva mucho tiempo sin dar noticias de su paradero a la compañía colonizadora, porque al parecer se ha convertido en una especie de mandarín entre los indígenas, a los que parece proteger pero a quienes a su vez rapiña el codiciado marfil. Esta figura, que Conrad presenta en plena fase terminal de su enfermedad (deliberadamente indeterminada, entre otras cosas porque en el territorio salvaje hay también enfermedades que los europeos temen por desconocimiento absoluto de sus causas), rememora el mito del superhombre. Es un ser que fascina por su atrevimiento, que logra adhesiones incontestables entre sus subordinados, entre desconocidos, entre los mismos salvajes subyugados por la fuerza de esos colonizadores que se empeñan en poner luz sobre las tinieblas de la jungla. Conrad acaba desenmascarando al héroe, no hay más remedio que hacer prevalecer la verdad. Ese tipo fascinante sólo es un europeo aprovechado adentrado en el estado natural que representa la jungla, en el corazón de las tinieblas, y que ha aprendido a sacar partido de ese juego con la oscuridad, de ese coqueteo con la ausencia total de ley, para lo cual se requiere una absoluta falta de escrúpulos morales. Su figura es sólo una parodia del superhombre.
Tanto la figura del salvaje como la del superhombre están en el horizonte mental de los europeos desde los primeros descubrimientos geográficos hasta ese final de siglo XIX e inicios del XX, en que se desvanecerá toda ilusión de grandeza, después de la I Guerra Mundial. En ese punto, la civilización europeo-occidental supo medir sus límites, los verdaderos límites de su mundo, más allá de los cuales le iba a ser imposible pasar, como podemos comprobar en el presente, tanto en el presente europeo como en el presente africano, que se resiente y se resentirá durante décadas de la actividad frenética de esos salvajes que llegaron en barcos de metal y poseían palos que escupían fuego. El mérito de Joseph Conrad consiste en haber vislumbrado el engaño de unos y el futuro fracaso de todos, y en hacerlo tan tempranamente que nadie, sin duda, le tomó en serio.

Josep Pradas (Castellón, 1965), es licenciado en filosofía y ensayista, ha editado libros infantiles y es co-editor de la revista electrónica de filosofía Astrolabio (Universidad de Barcelona, http://www.ub.edu/astrolabio).




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