martes, 9 de marzo de 2010

Entrevista al músico y escritor Sebastián Mondéjar

Sebastián Mondéjar es músico y escritor, entre otras cosas. Nació en Murcia el 4 de febrero de 1956. Ha publicado cuatro libros de poesía: Un camino en el aire (Editora Regional de Murcia, 1994); El jardín errante (Editora Regional de Murcia, 1999), galardonado con el XIII Premio Internacional de Poesía Antonio Oliver Belmás; Coplas de arena (Emboscal Editorial, 2002), en edición no venal manufacturada artesanalmente, y La herencia invisible (Calambur Editorial, 2008), que recibió el accésit del Primer Premio Internacional de Poesía Los Odres.
 
Alteridad.– Tenemos entendido que últimamente andas imbuido en la traducción de los sonetos de Shakespeare, ¿qué pretendes con este proyecto, habiendo ya tantas traducciones de actualidad?
Sebastián Mondéjar.–  Una cosa es lo que se pretende y otra lo que se consigue. Ni siquiera yo tengo claras mis pretensiones; pero te puedo asegurar que lo que estoy consiguiendo, lo que he conseguido en cada una de las horas que le he dedicado a los sonetos, supone ya una recompensa de un valor incalculable. Incalculable por inmaterial. Traducir a Shakespeare me ha enriquecido espiritualmente como escritor y como persona. No cambiaría ese bagaje por nada. Para mí no pasa de ser un reto, un capricho, un ejercicio personal, una forma de medir mis propias fuerzas…, llámalo como quieras; pero, sin duda, se ha convertido en una de las aventuras literarias más importantes de mi vida. Aunque en el fondo se trata simplemente de procurar cuajar con rigor y honestidad una versión más, la mía propia, de los sonetos de Shakespeare. No tengo otra ambición y nadie me paga por ello. Para mí, como te he dicho, la recompensa es otra y ya la estoy disfrutando. Si algún día la culmino y se publica y gusta realmente, lo consideraré como una propina.
A.– ¿Por qué sostienes que traducir poemas es un acto de recreación?
S. M.–  En el hecho de hablar o de escribir entran muchos factores en juego. Y el lenguaje es muy elástico. Si en un mismo idioma podemos expresar las mismas cosas de muchas maneras distintas, más claras, más oscuras, más rebuscadas, más sencillas, etcétera…, cuando se trata de traducir, de trasladar un texto de un idioma a otro, las diferencias se multiplican en todos los ámbitos del lenguaje: la gramática, la fonética, la sintaxis… El reto consiste en decir eso que se puede decir de muchas formas del mejor modo posible e intentando ser fiel al espíritu original. Esa fidelidad al espíritu no impide ser infiel a la materia. Esa traición es del todo inevitable. El resultado será siempre una materia distinta, pero lo importante es que el espíritu y el mensaje prevalezcan. José Antonio Martínez Muñoz dio en el clavo cuando dijo que la traducción de los Sonetos constituye ya un género literario en sí misma. Como bien afirmas, son muchas las traducciones que se han hecho últimamente, pero por suerte no existe una igual a otra. Yo no pretendo hacer, ni mucho menos, una versión definitiva. A Shakespeare, como a todos los grandes, hay que revisarlo y revisitarlo periódicamente. Yo, sencillamente, pretendo hacer una versión que se lea bien en español, que parezca escrita en español, procurando ser fiel tanto a la música como al espíritu del modo más literalmente posible. Todo eso, en conjunto, es lo que para mí significa recrear. Traducir sólo literalmente no es recrear. Al traducir, cambiamos, quitamos, ponemos, buscamos, descartamos, ajustamos… Eso es recreación. Y, en este caso, aún mayor, porque está hecha desde un idioma muy distinto del original. Traducir de idiomas próximos etimológicamente es más sencillo, más natural; la recreación existe, pero, por decirlo de algún modo, se da en menor medida, porque hay más elementos comunes.
A.– ¿Por qué dices que los haikús –tan de moda– son “casi la nada”?
S. M.–  Sin duda lo dije porque son la mínima expresión de lo que pasa, casi como si el poeta no estuviera allí. En Occidente le damos más importancia a lo que nos pasa que a lo que, sencillamente, pasa. No sólo utilizamos mal el silencio, sino que lo desaprovechamos. La verdad y la elocuencia no necesitan de demasiadas palabras. Por decirlo de una manera gráfica, los poetas japoneses van siempre con el freno de mano puesto, ateniéndose rigurosamente a los límites que su propia inspiración les impone. Conciben la poesía únicamente como manifestación fugaz o repentina de una exaltación íntima, por eso en la poesía japonesa no encontramos extensos poemas épicos, didácticos o dramáticos.
A.– ¿ Tienes nuevos títulos en preparación?
S. M.–  Sí, bueno…, en realidad tengo mucho material inédito reunido bajo títulos diversos: Las islas pensativas, Un1versos, Retoques de prensa, Desórdenes de carpeta… Y desde hace años tengo pendiente otro proyecto: hacer una recopilación más extensa de mis Coplas de arena.
A.– Eres una persona con muchos registros: músico, escritor, juguetón con el lenguaje periodístico, artesano, poeta… multicreador, en suma. ¿Qué es y supone para ti cualquier acto creativo?
S. M.–  Antes que nada, una liberación y una vía de conocimiento; y, a partir de ahí, una forma de compartir los sentimientos y las emociones desde nuestro yo más íntimo.
A.– Siempre tienes proyectos nuevos. ¿Cuáles son los que te rondan por la cabeza ahora? ¿Has metido las manos en harina en alguno de ellos?
S. M.–  Aparte de los proyectos literarios que ya te he comentado, tengo muchos proyectos musicales, algunos de ellos relacionados también con la poesía. Como sabes, soy músico de jazz. Ahora estoy preparando un trabajo estrictamente personal, con temas míos, y llevo en marcha diferentes proyectos compartidos, todos ellos sumamente interesantes. En este momento destacaría el trabajo que estoy desarrollando junto al guitarrista Miguel Ángel Monda y la ilustración musical de la película muda El negro que tenía el alma blanca (1926), de Benito Perojo.

Sebastián Mondéjar dice de sí mismo: no me gustan las etiquetas, y mucho menos aplicármelas a mí mismo, pero haré un ejercicio simbólico-comparativo. Una cosa es lo que somos, otra lo que nos gustaría ser y otra muy distinta cómo piensan los demás que somos; por ejemplo, si yo fuera otro tipo de animal, me gustaría ser un halcón peregrino; a los ojos de los demás podría ser un caballo; pero lo más probable es que en realidad fuera un perro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario